En los últimos cincuenta años los gobiernos han logrado cambiarle la cara a la República Dominicana, tras evolucionar de aldeas rurales a ciudades con polígonos centrales cosmopolitas.
Esa transformación urbanística es un espejismo, una ilusión óptica, que oculta nuestras falencias socioeconómicas.
Las torres del polígono central del Distrito Nacional o los hermosos palacetes que han construido las mujeres “viajeras” en varios pueblos de la región sur, son una gran cortina detrás de la cual se esconden la pobreza y la marginalidad social.
La pobreza, definida como la incapacidad de los individuos y grupos familiares de satisfacer sus necesidades básicas adecuadamente, nos lleva a tener una democracia de baja calidad, no obstante nos hayan cambiado las fachadas de las ciudades.
La pobreza es el problema central de la República Dominicana porque el crecimiento económico sostenido durante las últimas cinco décadas no ha producido inclusión social. Todo lo contrario: la riqueza está cada vez más concentrada en pocas manos.
Los pueblos de la región sur, de donde es oriundo el Presidente Danilo Medina, encabezan los ranking de pobreza: Elías Piña posee un 83.2% de su población languideciendo en la miseria; Pedernales con una tasa de 74.6%, Bahoruco con 74.5, Independencia con 72.9%; Barahona y San Juan con 65.2% de su gente viviendo en condición de pobreza.
Mientras en el país tengamos necesidades básicas insatisfechas no podemos hablar de plena democracia, por eso estoy hastiado de escuchar y/o leer declaraciones del Gobernador del Banco Central Héctor Valdés Albizu santificando el crecimiento económico de la República Dominicana, que lo ubicó en el mes de abril de este año 2016 en un 10.1%. Que poesía.
En las regiones Enriquillo y El Valle, que incluye la provincia de San Juan, cuna del mandatario, no se percibe esa mágica bonanza, por la hostil marginalidad en que vive su población.
Estas comunidades no perciben las bondades del pregonado crecimiento macroeconómico, porque al examinar la realidad social, más del cuarenta por ciento de la población no recibe agua potable por acueducto; miles de casas aún tienen piso de tierra; la distribución de la tierra es asimétrica; el desempleo es lacerante abarcando a más del 50% de la población; la agricultura y ganadería están disminuidas; las carreteras rurales están inservibles; la atención sanitaria es deficiente; el analfabetismo es un castigo humillante y el déficit habitacional y la mala calidad de las viviendas es gigantesco.
La ineficiente calidad de los servicios sociales afecta el desarrollo humano de la población. Los movimientos sociales y protestas en todo el país tienen su motor precisamente en la demanda de atención a servicios básicos.
Mientras en Latinoamérica el promedio de pobreza es de 28%, en la República Dominicana es de un 40.2%, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).
El gobierno dominicano, pretendiendo maquillar las cifras sobre la pobreza admite que 600,405 dominicanos son pobres indigentes; 2,738,139 son pobres moderados, para un total de pobres de 3,338,544. Eso representa un tercio de la población viviendo en condición de pobreza, mucho menos que los que determinó la Cepal.
En resumen, el modelo vigente satisfactoriamente solo proporciona democracia electoral, a pesar del discurso que pretende presentar a la República Dominicana como un paraíso democrático.
Tomado De Las CALIENTES DEL SUR